Revista Trafalgar Square, primavera 1983, Laertes, p. 19-23*
KONDAL – BERNA
osvaldo lamboghini
... en la pasión que provoca la posibilidad …
1
—¿Quiere usted ser un Kafka?
Yo sí. Lo soy, y también lo soy yo. Tengo por el Amor un respeto de Culebra, reptante. El latido de la barriga contra el ardor del desierto. Escribo. En la silla me siento y sé mirar una clavícula. Contemplarla a ella en sus senos, y aun cuando dice: «con la pierna hice un movimiento».
2
Que haya paz. Éste es un pequeño intento de practicar el arte de quedarse en casa. Los cigarrillos se queman con la variación del fémur, pelvis de rey. La respiración es casa. El mismo cuerpo (del otro) se niega a continuar. Una desgracia de balcón, cómo penetrar en los secretos de las señoritas de Kierkegaard. Mi cultura no me permite recoger los pasos, y, sin embargo, recogí mis pasos. ¿Qué he vuelto? Un buen almuerzo, un rato de televisión-dormitar luego. Y mucho té (contra los símbolos).
3
Y las palabras que se ganan cuando se pierde la memoria, como la verdad —un círculo perfecto—: grabado a fuego en el entrecejo femenino. Este cigarrillo ya ni tira. Cuelga chato, ennegrecido, de la comisura. Este escritor. Éste. Que no sobrepasará (su captura por la tiniebla).
((Oh, es hora de dormir. Antes, pero antes, anteriormente una plegaria, plegarse al lugar frástico —del imposible encuentro, pero de catastrófica revelación: no, epifanía— donde los con (puntos) de palabra recorren el tálamo, hasta el sepulcro. Ese riesgo de arcilla, de plantío de arroz, que no los soporta: —Hemos dicho lo que había que tajear. Buenas noches sombra. Un segundo: buenas noches)).
4
Con astillas de botella en la cara, así ingresó la mujer al hospital —y clamaba. Clamaba por una muerte mejor, porque su amante era inmejorable.
5
Un desayuno portentoso: dos tazas de té. Pero también unas migajas cuantas que había (y quedado) de la semana anterior. Como siempre —aún y todavía— antes, anteriormente. Pero también. La casa guardada en un arcón: lleno de comida suculenta. Las tazas de té. Té solo. Un desayuno portentoso.
6
Apí. Apipé. Yguazú-foz, guazú. Las cataratas me llenaron de admiración porque los pájaros no escatiman su cuerpo (inocente, como los pájaros), no: no lo hurtan a la espuma —y comen sol dorado. Más jaguares, los típicos en la madre selva: —Al no verme nacer entiendo mejor mi muerte interminable. Al no escribir mejor, el que pierde pierde (la pérdida), pero no un con algo, el lago, anagrama de esperanza. Esperar también el sueño en la cuadrícula. Las manos tiemblan —¿es el papel, cuadriculado? Oh apí. ¿Apipé? Oh, guazú. ¿Yguazú?— ¡Foz!
7
Yo tengo una cosa. Es el saber de la enfermera debajo del ombligo. Es la flecha del bisturí emplumado. Yo tengo una enfermera olorosa bajo las axilas. Otra en el recto, que es la vía y el conducto: por allí se empieza a investigar la nada.
8
Ente la comicidad de escribir y la tragedia de comer, el sueño. En la calle que se tuerce, hace voluta, se tiende: entre la cirugía y el cigarrillo. Pero sería bueno (es decir: soy un imbécil) seguir escribiendo. La cabeza se inclina —y no es el sueño. Hay un placer entripado en jugar, laudar, un juicio: hay un… en la tensión no cabe —para nada— la intensidad. La cabeza inclinada es humo, compañero. La nube entornada.
9
Los hijos y la muerte son la misma cosa, pero en el barrio del Soho donde —parece— todos los pisitos los puso Maple, en los departamentos se vive entre la alegría (la exaltación) y las funerarias. También, ¿pero por qué también?, las pasiones que conducen al fracaso a medio planeta. Se lo tiene merecido.
10
Sinué, el artista de «César Aira», decidió por autogestión, en su solitaria conferencia cumbre, un definitivo pase al acto: el suyo. Se suicidó de buen talante, cortándose las venas (y el ombligo de enfermera decapitada) frente a unas cámaras que funcionaban solas. Solas o tal vez sopladas, alentadas, desde el oscuro cuarto oscuro del féretro de Fassbinder. Aquel Fassbinder. El del gramo de cocaína-flip emplumada, que certeramente hizo matriz de aquel (Fassbinder) estómago. La película se veló por culpa de unas bragas negras que igual, igual se abrían al sol. Hay tantos puntos como navíos, hay tantos puntos como velámenes. Hay tantas madres —vestidas de caramelo— como barras de chocolate envueltas en papel dorado. Hay tantas madres como pintores ingenuos. Piedad al fin por la svástica. Que descanse en paz. Y que florezcan, florezcan sus verdes calaveras.
¿Son paparruchas los asesinatos? ¡Me cago en la literatura!
11
Andaba y me apoyaba en mi bastón de fresno que me recordaba la stebánida lujuria materna. Pero mejor hubiera sido un cuchillo de monte para extirpar el bisturí, y un bisturí anestésico para rapar de cuajo la piedra solar de su cabellera infinita. Me encontré en cambio con la argie-polaca. Pero cuidado, que aquí las chupatintas son montañas de pechos blancos. Pero antes de andar y apoyarme en mi stebánida, antes (aún y todavía) había apagado las brasas del rancho orinando sobre ellas. Pero antes, incluso había mateado a fondo. El rancho, la cabaña: quedó helado, helado luego el meo sobre el fuego. Así fue que entonces salí y ensillé el caballo, que me desarmó con una puta mirada de inocente. Así que me eché al camino, a pie, con mis congéneres del puro exilio (—«imagínese: de pie y sin tierra»—). Caminé como un suicida sin pena, esa que da la gloria. La argie-polaca estaba sentada en un triángulo de roca. Sonreía de buena fe. Mi seriedad, en cambio, es una abrumadora tiniebla de canalla. «estoy pensando» (es una triste, larga historia). ¿Habrá sido esta mujer de trenzas de oro y de labios de pécame a mí, habrá sido alguna vez enfermera (como es obvio me pregunto)?
12
No venimos aquí a escribir. Venimos, si es que lo hacemos, a un despliegue petit, casi petit a, de la obra anterior. No venimos a escribir aquí: aquí no se escribe, las puertas están cerradas; y ya lo dijimos: el espacio es demasiado sutil. Tragedias —tales como perder justo (la boina de vasco en la aeronave), quedarán, debieran, descartadas: no insistirán ellas (en su insistencia) sobre nosotros. Escribir, no (—«Dios mío, lo horrible»: «Raschella»). Es la punta de un aire. Bataclán, introvertido.
13
La enfermedad enloquece las taras. Pero son las taras las que hacen enloquecer. No empecemos: por Dios y por favor. La tarde es azul y hace frío, ¿habría peor causa? Tal vez sí y tal vez no; pero en Dinamarch no podíamos seguir; entonces (vaya) recogí mis pasos. Cuando la vida de depaisado tiene su lógica clemencia. Abigarrado y arbitrario, cuando las páginas se llenan: de lo abigarrado y arbitrario. Simple como la pampa (—pam/pa—), y, sin embargo, su lógica demencia; una lógica contracción, pampa. Mientras haya un grito en la calle… mientras haya una Irlanda verde y lejana, verde como el halcón del ojo. O como dice «Fogwill», lo malo y lo bueno «sólo por añadidura». Si bien «Fogwill» está perdiendo en sus anhelos, así como otros se apresan en la desesperanza (de entereza clara).
14
¿Quién sería tan presuntuoso de suponer una continuación? Mantener otras conversaciones (—pero es más difícil que silbarle a un tero—). El chiflido de la perdiz, de hacerse perdiz, cruza el Atlántico de mil amores.
Esta lengua inmensa que Dios nos ha quitado, por perder América, por perder España: —Esta lengua inmensa, que Dios nos ha quitado.
15
La noche perpetua de los televisores encendidos.
*Dono les gràcies:
- a Enrique Vila-Matas per indicar-me l'existència de KONDAL-BERNA
- a Miquel Adam per proporcionar-me un exemplar de la revista Trafalgar Square
- a Jordi Carrión per haver-me facilitat el contacte amb César Aira
- a César Aira per l'autorització per publicar KONDAL-BERNA al blog
un laberint de complicitats del qual no val la pena cercar-ne la sortida.